Bien por estar en época de promesas de año nuevo y mirar hacia atrás o tal vez en alusión al último Black Friday, Jeff Bezos está otra vez de actualidad en ciertos rincones de Internet. La gente se está acordando de sus orígenes. Compartía, por ejemplo, Pomp una impresionante instantánea del que hoy es el hombre más rico del planeta pero remontándose a sus orígenes.
Hace 18 años el dueño de Amazon colgaba el nombre de su empresa en un papel grafiteado, al lado de su escritorio hecho con lo que parecen los restos de una zona de construcción y el decorado, en general, de un videojuego postapocalíptico.
This was Jeff Bezos' office in 1999.
— Pomp 🌪 (@APompliano) December 22, 2017
Everyone starts somewhere. Keep going. pic.twitter.com/tBOEZtfph0
La captura sale de un documental estadounidense para televisión realizado en 1999, y verlo ahora nos sirve como ejercicio mediante el que adquirir perspectiva. El presentador, Bob Simon, se sorprende. Le han convocado para entrar en las oficinas centrales de Amazon, pero en la calle de Seatle por la que transita y que le mandaron en el email sólo ve casas de empeño y tiendas de cintas porno.
Al acercarse al punto de encuentro ve un parque ocupado por heroinómanos. Al pasar las puertas del edificio se encuentra con unas oficinas decadentes, y al acercarse al despacho llegamos al momento exacto de la imagen que ha llegado ahora a las redes. La entrevista es todo un show. Bezos, más joven, con aspecto de nerd de sótano, viste una simple camisa azul y unos pantalones caquis, que hacen juego con su coche Honda Accord. Simon le pregunta entonces por su escritorio, a lo que el inteligente emprendedor responde, explicando lo demás: “es un símbolo de gastar el dinero sólo en las cosas que le importan a los clientes”.
60 Minutes no estaba preparando un reportaje sobre la empresa de un iluminado cualquiera: ya sabían a lo que iban. Por aquel entonces Times ya le había nombrado Persona del Año, y se estimaba que la más llamativa de las librerías del emergente mundo del e-commerce era todo un referente.
Wall Street pagaba a 18 dólares la acción de la compañía y el valor total de la misma ascendía a 30.000 millones de dólares. Sólo su presidente y fundador ya debía valer un tercio de ese dinero. Estaba empezando a montarse en la ola y ese, y no otro, era el momento para hacerle una entrevista.
Amazon era además la referencia perfecta para presentarle a la audiencia un tema de inmensa actualidad: las punto com. Se hablaba de burbuja y sólo ocho meses después de la grabación del episodio empezaría a pinchar y a arrastrar a la quiebra a Webvan, Cisco o Qualcomm. Antes de que llegase la resaca Amazon era otra empresa más de esta corriente, un proyecto que aún no era rentable por sí mismo pero que interesaba enormemente a los inversores.
Pero como Bezos le recordaba a sus empleados: había que vivir con miedo. Lo habían antes del crash como lo sabía cualquier inversor atento (el pasado como inversor en bolsa del empresario podía haber influido en estos conocimientos), y eso mismo le animaba a mantener una política de austeridad y esfuerzo enorme.
También de innovación. Como le señalaba el entrevistador, era sorprendente algunas de las features de su página, especialmente algo que no hacía ninguna otra tienda virtual: sabía recomendarle libros que podrían interesarle genuinamente, cosas que entraban dentro de sus intereses y que hasta ahora el usuario no conocía. Desde hace casi 20 años la empresa de compra online lleva recopilando masivamente datos de sus clientes para mejorar la experiencia dentro de la página.
Como sabemos, Amazon prosperó. Ahora que la empresa vale 578.000 millones de dólares y que es el candidato favorito en las encuestas por comprobar quién llegará antes a ser el propietario de la empresa del billón (trillón, en inglés) de dólares. La carrera es bastante exclusiva: sólo se presentan como candidatos a batir el récord mundial él y Bill Gates.
Y todo esto ha ocurrido en menos de 20 años. En prácticamente el mismo tiempo que necesitamos los humanos reales para pagar la hipoteca. Por el camino, eso sí, ha abandonado los coches baratos y los pantalones caqui.